Desde el sorteo de diciembre se hablaba de este choque.
El Argentina-Inglaterra de esta mañana era el clásico esperado, la fecha
que todos marcamos en los calendarios, quizá el 7 de Junio más famoso en
mucho tiempo. Era el nuevo capítulo de un duelo que ha tomado estatura de
clásico intercontinental, de un duelo de orgullos, estilos y
nacionalidades. Del duelo entre los inventores del fútbol y aquellos que
tanto le han aportado. Mejor dicho, era EL PARTIDO. Así con mayúsculas.
Durante toda la semana se desempolvaron los libros y se
recordaron las ediciones anteriores. La expulsión de Rattín en el 66.
Veinte años después, la “mano de Dios” y la obra de arte de Maradona
en el Azteca cuando nos entregó el mejor gol de los Mundiales, tan
inmortal que incluso motivó un buen comentario (a lo mejor, el único) de
William Vinasco, cuando dijo: “Borró con el pie lo que hizo con la mano”.
Y la ultima edición, la del 98 cuando Saint Ettienne fue testigo de un
primer tiempo inolvidable enmarcado por la joya de Owen y cuando los
penales le dieron un nuevo triunfo a los gauchos. Todo esto se recordó,
pero lo de hoy fue otra historia.
Quién iba a pensar que en aquellos barcos ingleses
(Ingleses!) que llegaban al puerto de Buenos Aires en la segunda mitad del
siglo XIX venía una semilla en forma redonda, que germinaría en las
tierras gauchas y diera origen al “viejo y querido fútbol argentino”
como bien lo definiera César Luis Menotti. Y que ese fútbol, con una
cantera inagotable, se transformaría en una potencia mundial, cuyos
técnicos y jugadores han dejado huella en muchos lugares, incluido
Colombia, donde los orígenes del Profesionalismo por allá en el Dorado
tuvieron un claro acento rioplatense. Con el tiempo, esa semilla
evolucionaría dando forma a una cultura futbolera notable y a una pasión
impresionante (A veces desaforada y violenta, hay que decirlo. Esa es la
cara triste) que han generado escuela en todo el mundo.
Y esa escuela ha dejado muchos admiradores, como quien
les escribe. Una afición nacida de las páginas del semanario “El
Gráfico”, hasta cierto punto sorprendente en un país donde existe una
marcada idolatría por los colores “verdeamarelhos”, y cimentada por
los goles del Matador en el 78, por la gloria del Azteca en el 86 o por la
semifinal contra Italia en el 90, por sólo citar las fechas cumbres de la
selección, sin entrar a las gestas de los clubes. Igualmente las derrotas
como la del 90 en Roma ante Alemania, los contragolpes demoledores de Hagi
en Los Angeles o la puñalada de Bergkamp en Marsella hace cuatro años,
han moldeado mi veneración por los colores albicelestes.
Por eso hoy tan lejos de Sapporo, pero con el corazón
muy cerca de la cancha, me levanté en la madrugada de la Florida para ver
la nueva edición del clásico contra los ingleses, a quienes también
admiro pero de diferente forma. La ilusión era grande pero se sabía que
el compromiso era duro. Dos horas después la sensación de tristeza es
grande. La derrota duele. Y mucho. Como todas las derrotas, aunque los
jugadores no le negaron una sola gota de sudor a la camiseta y eso vale
mucho, así no entregue puntos en la tabla.
Se perdió. Ante un rival inteligente, que hizo un
primer tiempo importante en el que un penal justo cerca del final les da
la victoria y en el que Argentina tuvo un par de llegadas buenas, a pesar
del lamentable partido de “La Brujita”. En el segundo tiempo,
Inglaterra arrancó mejor e incluso pudo aumentar la cuenta ante una
defensa que no tuvo una buena presentación, exceptuando a Caballero.
Después ante la falta de claridad e ideas, pues Aimar no pudo echarse el
equipo al hombro y los otros cambios no dieron resultado, afloró el
pundonor de siempre y se inició el asedio, acompañado de sudor y
esfuerzo, y se logró meter a los ingleses en su arco. Pero esta receta
(sumada al error de no abrir la cancha) resultó insuficiente para
vulnerar una defensa sólida, llegando al desenlace final. Tres puntos que
se fueron, cuando de pronto se mereció uno, y una herida a la ilusión de
la tercera corona. Pero más allá del resultado, la preocupación por el
bajo nivel de algunos y la falta de orden para enfocar tanto ímpetu.
Argentina depende aún de sí misma, pero la situación se ha complicado.
Se cumplió lo que dijo el “Cholo” Simeone: “el que hiciera el
primer gol, ganaba” Pero lo hizo Beckham.
Se ha cerrado un nuevo capítulo de este duelo
histórico que esta vez se jugó en primera fase, como en 1.962.
Finalmente quiero traer la cita de “El Gráfico” donde alguna vez se
dijo: “A una selección argentina se le está permitido ganar, perder o
empatar. Lo que no se le permite es el papelón”. Y esta selección
respetó eso y cayó con dignidad. Quizá esto sirva para corregir ahora
que se puede, pues dentro de 15 días este 1-0 sería el pasaje de vuelta.
Y recuerden que el fútbol es muy noble, porque siempre da revancha. Hoy
le tocó a Inglaterra. Mañana quien sabe.
Germán Ocampo
Fort Lauderdale, Junio 7 de 2.002 |